Este
texto, Alegría
de leer,
va dedicado al alumnado del IES Los Montecillos de Coín en el Día
Internacional del libro. Su autora es la compañera del departamento de Lengua y literatura M.
Ángeles Rodríguez Marmolejo
¿Os habéis
preguntado alguna vez por qué leemos? Seguramente os lo habréis
planteado y quizás algunas de las respuestas que han acudido a
vuestra cabecita habrán sido tales como que leemos para pasarlo
bien, para evadirnos, para vivir otras vidas, para entender mejor la
nuestra, para aprender cosas, para matar el tiempo, para soñar, para
disfrutar,… Gran variedad pues de posibilidades que nos ofrecen los
libros, ¿verdad?
Y,
¿recordáis quién o quiénes os enseñaron y cómo aprendisteis a
leer? Tal vez a más de uno no nos resultara fácil pero lo logramos.
Y el día que pudimos pronunciar letras y palabras y comprender ese
maravilloso milagro nos sentimos muy felices seguro. Posiblemente nos
leyeran o nos contaran cuentos de pequeño que aún hoy recordamos
muy bien y, cuando pudimos hacerlo por nosotros mismos, quizás
creímos que esos personajes que habitaban en ellos ya formaban parte
también de nuestro pequeño y cotidiano universo. Y, que sus
historias, también eran en parte las nuestras. Con seguridad, leer
se convirtió ya en un placer único e irrenunciable para nosotros.
Al menos en mi caso así ha sido. Y la lectura me llevó luego a la
escritura, un placer aún más inesperado e intenso.
A lo largo
de la historia de las civilizaciones las acciones de leer y escribir
han favorecido que las sociedades no tuvieran que volver una y otra
vez a perder el tiempo experimentando procesos que sus antepasados ya
habían resuelto y superado. Y, además, leer y escribir son el punto
de partida para que, sobre todo, las mentes más avanzadas puedan
formular siempre nuevas preguntas y encontrar nuevas respuestas.
Pensad, por ejemplo, en cómo estamos ahora todos esperando a que
alguien encuentre lo antes posible una vacuna contra el COVID-19,
enfermedad causada por el SARS-CoV-2 y que tantas vidas se está
llevando por delante en el mundo entero. La lectura es tal vez el
mayor instrumento de integración y de avance social, de esperanza. Y
cuando leemos y escribimos nos hacemos un lugar en la historia de
quienes nos rodean, de los que más queremos y de los que nos
necesitan.
La
poeta Wislawa Szymborska decía
que la lectura era el más glorioso pasatiempo que la humanidad había
ideado, que el homo ludens
con un libro era libre y que podía reír en los momentos inadecuados
o paralizarse antes las palabras que recordaría toda la vida. David
Foster Wallace se centró en la dimensión
divertida de la lectura. Su mejor recuerdo y lo que le llevaría más
tarde en su vida a escribir eran las amenas tardes de lluvia pasadas
con un libro entre sus manos, en las que se establecía una especial
relación entre ambos, pues podía entablar un diálogo con ellos a
través de la lectura sobre temas que normalmente no hablaba con
nadie. Para E.B. White,
leer era el trabajo exigente de una mente alerta y a la que, bajo
unas condiciones ideales, le producía finalmente una especie de
éxtasis. La experiencia de la lectura le daba una sublimidad y un
poder inigualables. También Jorge Luis Borges
aseguraba que, de los diversos instrumentos del hombre, el más
asombroso era, sin duda, el libro. Los demás eran extensiones de su
cuerpo. El microscopio, el telescopio, eran extensiones de su vista;
el teléfono, extensión de su voz; el arado y la espada, extensiones
de su brazo. Pero el libro era otra cosa. El libro era una extensión
de la memoria y de la imaginación. La ensayista
Rebecca Solnit, que
antes de ser escritora había sido una gran lectora, explicaba de una
manera muy poética lo que era para ella la lectura. Decía que había
desaparecido en los libros cuando era muy joven, como alguien que
entraba corriendo en un bosque y que lo que le había sorprendido y
aún le sorprendía era que había otro lado en el bosque de las
historias en el que vivían personas como ellas, con las mismas
tristezas y soledades, las mismas alegrías y fantasías.
Así
que, adentrémonos en el prodigioso espacio de la lectura y
aportemos nuestra propia opinión sobre esta, porque ya os digo, los
libros hablan de nosotros y de otras personas, y de este u otro mundo
que nos espera para hacernos más humanos.
Y
visitad las bibliotecas, porque son el lugar en el que os vais a
sentir libres, pese a que tengamos que guardar silencio en ellas. Os
revelo un secreto: son el refugio más seguro para nuestra alma. Los
libros nos enriquecen, nos hacen viajar y vivir infinitas aventuras,
descubrir misterios insondables, estremecernos de miedo, asomarnos a
épocas pasadas de la historia, sentir el amor y la pasión como la
primera vez,…
Todos
necesitamos el solitario y solidario abrazo de un libro para no
sentirnos tan solos, como declara Sebastián
Gámez Millán. Para él, la vida humana es
más plana, estrecha y amorfa sin la lectura. Nacemos y morimos
incompletos, nos dice él, pero sin la experiencia de leer lo
estamos bastante más. Cuántas veces no comprendemos adecuadamente
lo que nos pasa, y de repente en las líneas de un libro reconocemos
la formulación de lo que sentimos y/o pensamos. Esta es una de las
razones por las que leemos, para comprendernos y conocernos. Y esto
nos ayuda a vivir, pues nos ensancha los límites de lo real y nos
permite descifrar lo que antes nos resultaba invisible. Umberto
Eco decía que no era por el éxito por lo
que hay que leer. Había que leer para vivir más. No sólo la
infancia se alarga, todas las edades de la vida y de la historia se
amplían gracias a la lectura, que completa nuestra insaciable sed de
sentir.
Y,
si queremos experimentar todas estas sensaciones, sólo tenemos que
abrir un libro y dejarnos envolver por todo el vendaval de palabras
bondadosas y mágicas que nos están aguardando para alegrarnos la
vida.
M.
Ángeles Rodríguez Marmolejo