Ayer
asistimos a la representación de Cómicos una obra
centrada en la vida de los actores en la época del Siglo de Oro y en
la diferentes agrupaciones teatrales que había en esa época.
El
teatro en este siglo no solo era importante desde el punto de vista
literario, se trataba de un fenómeno de gran relevancia en la
sociedad del momento, sobre todo en las grandes ciudades.
Si
durante el XVI las compañías ambulantes representaban sus obras con
unos medios precarios, el crecimiento de las grandes ciudades
propicia que comiencen a establecerse lugares de representación
fijos: los corrales de comedias. Donde lo que
más destaca es la relación estrecha que se establece entre actores
y público.
La
temporada teatral se desarrollaba en general desde Pascua hasta
Carnaval del año siguiente. Las representaciones tenían lugar por
las tardes, para aprovechar la luz del día; eran muy largas y
prácticamente sin interrupción, ya que en los intermedios de las
comedias se ofrecían entremeses y bailes para entretener a los
espectadores y mantener fija su atención. Era un público ávido de
diferentes espectáculos, de ahí que duraran tanto. Era un público
ruidoso. Pese a ser un espectáculo para todas las clases sociales,
estas se distinguían por el lugar que ocupaban.
Las
compañías de actores estaban en un principio integradas solo por
hombres, los papeles femeninos eran desempeñados por niños o
jovencitos. Esto cambiaría a finales del XVI. Como vimos ayer, en
nuestra representación, el personaje femenino ya no estaba
representado por un hombre, sino por una mujer.
Había
deferentes clases de agrupaciones teatrales: las compañías reales y
los cómicos de la legua. Los empresarios y los actores de la
comedia del Siglo de Oro trabajaban individualmente o en grupo.
Bululú, ñaque, gangarilla, cambaleo, garnacha, bojiganga o
mojiganga, farándula y compañía son los diferentes
nombres que recibían esos grupos en función del número de actores
que los integraban, desde el actor único que formaba el bululú, a
los treinta con que contaba una compañía. Cada compañía estaba
dirigida por un empresario o autor (diferente, por lo general, del
poeta o creador de la obra) y contaba con un repertorio de unas
cincuenta comedia.
En
general, los comediantes eran muy mal considerados. Solo cobraban los
días que había actuación, por lo que pasaban muchos apuros. Solían
actuar con su propio vestuario, lo que resultaba a veces anacrónico
con la época que se representaba, aunque siempre eran lujosos y
llamativos. Este vestuario constituía la posesión más preciada de
los actores: cuando pasaban por problemas económicos, solían salir
de ellos empeñándolo. El vestuario llegó a ser una especie de
decorado ambulante: servía para situar el lugar y el tiempo de la
acción, además de cumplir otras variadas funciones escénicas. Por
ejemplo, un sombrero y un gabán cubiertos de algodón que parecía
nieve indicaban el invierno, y un vestido “de noche” (normalmente
una capa de color) informaba a los espectadores del momento del día.
Por
su carácter convencional, el vestuario debía comunicar
inmediatamente al público la condición social del personaje (noble
o campesino, pobre o rico, rey o soldado). La vestimenta de los
personajes sobrenaturales también era convencional: los ángeles con
traje blanco y capa, los demonios de negro. El gracioso salía
vestido de manera que provocara la risa en los espectadores y se
diferenciara claramente de los demás personajes.
Os dejo unas fotos
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Momento de la charla posterior con los actores de la obra. |
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Con los actores de Cómicos |