#niundíasinpoesía
Versos de FELIPE BENÍTEZ PÉREZ
En la entrada de nuestro instituto ha crecido un árbol con poemas de Felipe Reyes Benítez ganador del XIII Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado 2023 y del Premio Nadal en 2007 con Mercado de espejismos, visitará nuestro centro el próximo martes 18 para tener un encuentro literario con nuestro alumnado de 1º y 2º de bachillerato.
#curso20222023 #díadellibro2023
Para conocer un poco a este poeta y escritor, os copio a continuación una página de su blog y os dejo su enlace http://felipe-benitez-reyes.blogspot.com
UN PRINCIPIO INCONCRETO
En 1982 publiqué el que sería, en rigor, mi primer libro de poemas: Paraíso manuscrito. Hace años, me hubiese dado apuro decir que ese título me vino a lo largo de un sueño. Hoy ya no. (La anomalía, como saben ustedes, tiene precedentes ilustres y mucho más graves: el poema “Kubla Khan” de Colerigde, sin ir más lejos.) Alguien, a lo largo de ese sueño, me decía que había escrito un libro titulado Paraíso manuscrito. Cuando desperté, comprendí que ese alguien era yo.
El libro reúne los poemas que escribí entre 1979 y 1981. Mejor dicho: algunos de ellos, porque a esa edad resulta muy cómodo el tránsito de la revelación estética al desengaño estético, a veces en cuestión de horas, quizá porque anda uno configurando un modo de entender la poesía en general y un modo particular de escribir poemas, así que la inseguridad se alía con el optimismo, que es una alianza bastante exótica. El resultado –se me olvidaba decirlo- suele ser una escritura excesiva: cree uno que es suficiente que se le ocurra un poema para poder escribir un poema, cuando el proceso suele ser muy diferente: escribir un poema para intentar que ocurra un poema, al margen incluso del poema mismo. De todas formas, ese casi obligado periodo de escritura entusiasta lo pasé en la adolescencia, en torno a los 16 años, y llegué a la mayoría de edad con el ánimo más sosegado; es decir, con más prejuicios a la hora de escribir, y me gusta suponer que esos prejuicios constituyen una guía indispensable para quien no quiera perderse en los laberintos de sus propias ocurrencias.
Mi primera novela la titulé Chistera de duende. Mi primera novela publicada, claro está, ya que la primera empecé a escribirla a los 14 años, una edad mala para casi todo, aunque me temo que especialmente mala para escribir novelas. Creo recordar que llegué a la página 12, y ya resultaba heroica aquella extensión, porque lo cierto es que no sólo no sabía qué hacer con los personajes, sino que ni siquiera atinaba a configurarlos de la forma esquemática en que se traza un monigote en un papel: me limitaba a darles un nombre, que es tal vez el atributo ínfimo en la escala de necesidades de un personaje de novela -a menos que se trate, claro está, de una novela rusa.
Un día de 1989, Abelardo Linares me preguntó qué estaba escribiendo y le dije que acababa de terminar una novela. “¿Qué vas a hacer con ella?”, y no supe qué contestarle, porque la verdad es que no se me había ocurrido darle ningún destino. Me dijo que le gustaría leerla, de modo que se la envié, la leyó y, metido a agente espontáneo, se la hizo llegar, en una operación para mí secreta, a Pere Gimferrer, poeta postsimbolista y editor de Seix Barral.
A los pocos meses, me telefoneó Gimferrer y, a través de esos rodeos metafísicos que sólo él sabe dar para llegar a la formulación de un aspecto práctico, me dijo que estaba dispuesto a publicarla. Le di las gracias, firmé un contrato, corregí pruebas y me olvidé del asunto, hasta que, año y pico después de aquellos trámites, en enero de 1991, me llegó a casa un paquete con ejemplares de aquella Chistera de duende, que es un título que consiente una dislocación: ninguno de los duendes que conozco va tocado con chistera, al contrario, por ejemplo, que el Sombrerero chiflado de Carroll –y también en buena parte de Tenniel, que le dio un aspecto concreto e inmodificable a la entelequia.
Y todo parece que ocurrió ayer mismo.