Demasiado para un poeta
De repente: la chica.
Sentada en el borde.
Con las manos temblorosas, con la voz,
con el foco alumbrando como si no lo notara,
con sus montones de papeles y naufragios esparcidos por el suelo…
La camisa blanca, como si fuera inocente.
Los pelos revueltos,
la mirada esquiva frente a esa masa
que tiene pinta de pedir explicaciones.
Luego mira hacia atrás como buscando el impulso,
respira, se yergue sobre sí misma
y se levanta con un gesto desafiante.
“¡Decidle! Decidle a León Felipe que yo también
me sé todos los cuentos.
Que cuatro generaciones después
nos siguen durmiendo los mismos cuentos
y entorpeciendo y atormentando los mismos cuentos.
Y que yo tampoco sé muchas cosas es verdad,
pero con tanto cuento, las pocas se me olvidan
y las que no no me dejan dormir.
La poesía es un arma cargada de miseria
que aniquila al enemigo y al que pulsa el percutor,
que erosiona despacito.
Decidle a Celaya que se explique,
que cuatro generaciones después seguimos sin saber
qué entiende él por futuro.
Y que éste arma ni aprieta ni ahoga.
Y rasca muy bien pero donde no pica.
Decidle, que ahora que nos dejan
decir que somos quien somos,
(y tampoco mucho…)
es porque no somos nadie,
porque vamos a la nada entusiasmados
y en fila de a uno.
Porque somos demasiado poco peligrosos.
Y ya de paso a Unamuno:
Que vencieron y convencieron,
y que convencieron muy bien.
Y que luego vino la paz social
que tanto esperaba,
y la calma se hizo insoportable,
y la gente por consecuencia se hizo
insoportablemente mediocre,
y la vida siguió como siguen las cosas
que no tienen mucho sentido, como decía aquel.
Se toma un respiro, bebe un sorbo de agua y se aclara la voz.
Luego se aparta el pelo de la cara y continúa diciendo:
“¡Y el pobre Neruda!
Supongo que le habrán dicho que ya cayó Stalingrado,
que algo sabrá de este tinglado y estará revolviéndose en su tumba.
Lo cierto es que pudimos escribir versos más tristes
que los suyos en noches de lascivia y Pandemónium,
en noches que no le deseo a nadie porque después de Al Alba
todas vinieron cargadas de buitres callados y oscuros presagios.
El pobre Neruda, el ingenuo Neruda.
Claro que vinieron noches más tristes y versos de hiel,
a ver que se creía, ya era hora de que se enterara.
Pero no le contéis de Stalin, no le pongáis la tele, eso no.
Eso sería demasiado cruel.
Mejor continuar el show como en la peli esa… Good Bye Lenin
Le partiríamos el corazón si descubriera cómo está
el mundo de los vivos,
de cómo la jodimos y fallamos en todo lo que se podía fallar.
Si se enterara jamás volvería a escribir un sólo poema de amor,
y todos los demás vendrían tapiados con metralla y hormigón,
ni una sola azucena, ni una sola.
Y tampoco queremos eso.
Es demasiado para un poeta.